Los llamados genealogistas se dedican profesionalmente a esta labor: indagar en el pasado, reciben encargos y no solo en los casos de herencias. Pero junto a ellos, hay particulares que invierten muchas horas y dinero en ordenar la historia familiar.

Una de ellas es Julia, esta salmantina lleva más de 20 años rebuscando en su pasado y dedica, al menos, cuatro horas al día a esta afición. El documento más antiguo que ha encontrado hasta ahora es una partida de bautismo del año 1544.

Se trata de buscar cualquier tipo de prueba que certifique tu descendencia y descubrir curiosidades sobre tus antepasados. El métido más habitual es indagar en archivos de la iglesia. "A partir de 1971 no hay registro y tienen que ser forzosamente archivos eclesiásticos", cuenta Julia.

Lo complicado de la búsqueda

También admite que no siempre ha sido fácil encontrar respuestas. "Encontrar primer apellido mío, Pareja, es difícil porque los archivos se quemaron en la Guerra Civil", comenta. No es una tarea barata, cada folio solicitado cuesta mínimo cinco euros, aunque hay diócesis que cobran hasta 15 o 30 euros. Como en todo, existe la posibilidad de una negativa. La respuesta más común es ampararse en la Ley de Protección de Datos.

A pesar de las dificultades que puedan surgir, gana la curiosidad por conocer nuestros orígenes y se está convirtiendo en una afición cada vez más extendida.