César Mata / rtvcyl
La llegada del invierno, y con él los primeros fríos, anuncia el inicio de los herraderos, jornada festiva y ritual en la que las ganaderías marcan a sus reses de la camada del anterior año ganadero. Machos y hembras pasarán por la manga hasta llegar a un cajón en el que, inmovilizados, se les marque a fuego el hierro de la ganadería, así como la letra de la entidad a la que pertenezca la vacada, el guarismo y el número de camada, en los costillares.
Todavía se realizan, aunque de modo minoritario, el herradero al estilo tradicional, “a mano”, que sólo de manera testimonial, para que perviva una costumbre en el que la fuerza y la destreza se unen en singular collera.
Del resultado del herradero se levanta un acta, que cumplimenta y firma el veterinario, en el que se contrastan los datos de cada cría con los de su correspondiente madre, acogiendo tanto los números marcados a fuego como los de los crotales, éstos últimos como sistema de control de la administración ganadera.
Jornada festiva, de trabajo y de gran simbolismo, en que sitúa a cada res con su propio DNI de lidia, una individualidad, que arranca desde el propio nombre de la res, derivado del de la madre, que no perderá hasta su muerte.