Sólo dos de cada diez alumnos de danza que se gradúan en los conservatorios de Castilla y León llegan a ser bailarines profesionales. Rubén Cítores es una de esas promesas de este arte. Él se fue de Valladolid a San Francisco para trabajar en una de las mejores compañías del mundo, donde ya lleva cinco años. Con tan solo 18 años, Rubén cambió los escenarios del Conservatorio de Valladolid por los del Gran Ballet de San Francisco.

"Me dijeron que estaban interesados en mí y que querían ofrecerme una beca de estudios y de alojamiento para ir a hacer el cursillo de verano", de esta forma cuenta su experiencia. El director de la compañía, dice, le ofreció el contrato de aprendiz. Ensaya hasta ocho horas diarias para que cada actuación salga perfecta. No solo se ha subido sobre escenarios en Estados Unidos, sino que también ha actuado por Europa, aunque es consciente de que el éxito es pasajero, "no vamos a poder bailar hasta los 60 años", "es imposible. El cuerpo no puede y eso hay que tenerlo muy presente y muy claro", asegura. Dice que hay que ser realista porque la dureza de la profesión forma parte de su aprendizaje. Bien lo sabe la que fue su profesora quien dio el salto a San Francisco con tan solo 17 años: "Si te dedicas a bailar, sabes que va a llegar un momento, que vas a tener que derivar a otras cosas".

Por eso, la mayoría de los estudiantes de danza continúan en paralelo con su formación académica. Es el caso de Berta, que estudió periodismo cuando estaba cursando sexto, "me iba a quedar en Valladolid, así que decidí que tenía que continuar estudiando", explica que la danza es muy incierta y no sabes realmente a dónde vas a llegar. Ellos seguirán persiguiendo sus sueños mientras puedan seguir bailando.

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