Lucía Rodil / rtvcyl
Extracto de una conversación verídica de ayer mismo: "Ahora hay muchísimas bodas los viernes; aquí, casi más que los sábados, pero muchas. Lo sé por las campanas, que las oigo siempre." Luego las campanas, especialmente en ciudades pequeñas y pueblos, siguen informando de la vida de la Comunidad.
Dicen los hermanos Quintana, fundidores de campanas, que ese sonido-mensaje es un patrimonio inmaterial que hay que conservar, al igual que conservamos murallas, iglesias o puentes. Además, es un sonido especial, nuestro, y nacido de un producto tan artesanal que hasta requiere clara de huevo para una de las capas del molde.
Algunas zonas geográficas tienen sus propios toques; de difuntos, por ejemplo, distintos el de un hombre del de una mujer. Y no existen fuera del sur de Europa esos tañidos rítmicos y llenos de significado. Hay melodías, se considera la campana un instrumento musical, pero no es pregonera.
Los hermanos Quintana son herederos de algún emprendedor muy lejano que en el siglo XVII fabricó y firmó alguna campana que ha llegado a nuestros días. Generación tras generación, esta familia ha ido construyendo y restaurando campanas de medio mundo. Sus antepasados trabajaban casi a pie de campanario, en una vida trashumante que los obligaba a moverse de una a otra parroquia.
Hoy hay grúas y camiones que permiten fabricar en Saldaña, Palencia, campanas destinadas a torres de cualquier lugar. Productos garantizados por aproximadamente un par de siglos.