Director del Instituto Cervantes de Londres

Aparicio, Juan Pedro

Dueño de un mundo narrativo original, Aparicio se caracteriza por el cuidado del lenguaje, la verosimilitud de lo extraordinario y la pluralidad de registros

Juan Pedro Aparicio (León, 1941). Estudió Derecho en las Universidades de Oviedo y Madrid y durante años fue responsable de exportación de una empresa agroalimentaria. Actualmente es director de la sede londinense del Instituto Cervantes.

Dueño de un mundo narrativo original y personalísimo, ya en los relatos de El origen del mono (1975) mostraba, aunque en trazos todavía imprecisos, el dibujo de algunas de las constantes que recorren su universo novelesco: el cuidado del lenguaje, la verosimilitud de lo extraordinario y la pluralidad de registros expresivos.

Su primera novela, Lo que es del César (1981), contiene un retrato expresionista del dictador doméstico y un esperpento sobre la melopea totalitaria; con este texto, entonces titulado De ducum natura, había obtenido en 1979 el Premio Guernica.

En 1986, publica El año del francés, contrapunto a las nostalgias de la década prodigiosa y una de sus novelas mayores. En sus páginas conviven la fantasía más audaz y el costumbrismo moral, el desgarro del esperpento y la sutileza del erotismo provincial. Esta novela, junto a Las estaciones provinciales, de Luis Mateo Díez, convierte a la ciudad de León en trasunto literario de la provincia interior y escenario de una posguerra excesivamente prolongada.

Retratos de ambigú (1989, Premio Nadal) baraja los mismos ingredientes y comparte localización con la novela anterior, aunque extrema su observación grotesca. Su acción transcurre en la recién instaurada democracia, una peripecia que en espacios provincianos transporta muchos de los lastres de un pasado ominoso.

La forma de la noche (1994) es una poderosa, imaginativa y redonda parábola de la Guerra Civil en el frente asturiano que abrocha por el principio el ciclo histórico recorrido por sus novelas. Obra de evidente madurez narrativa, en ella la dimensión mítica sustituye a la óptica grotesca. Varios personajes de libros anteriores encuentran en éste sus raíces y la explicación de su rumbo. Malo en Madrid o el caso de la viuda polaca (1996) inicia una serie policiaca que continúa La gran bruma (2001), protagonizada por el inspector Gonzalo Malo Malvido, un provinciano inconsciente de los riesgos de su atrevimiento en el Madrid de la corrupción y de los intocables. Malo aparecía como subcomisario en Retratos de ambigú.

Las novelas de este ciclo son relatos de intriga y sanción moral sazonados con humor. El viajero de Leicester (1998) supone un nuevo peldaño en la construcción novelesca de Aparicio. Una apuesta de riesgo en un género como el fantástico, de tan escasa tradición en nuestra narrativa contemporánea.

Qué tiempo tan feliz (2000) es el testimonio literario de los años de formación. Tras el fulgor irónico del título se ofrece un balance hiriente, el memorial de un escritor que no hace almoneda de su experiencia. Pero el libro es mucho más que un ajuste de cuentas con la ignominia: es sobre todo un relato con personajes y pasiones y una reflexión sobre el oficio de escribir.

Después del viaje por Los caminos del Esla (1980), con José María Merino, descubrió en El Transcantábrico (1982) el resuello centenario del viejo tren hullero que une León con Bilbao. El libro dio la pauta y el nombre para la redención turística de la línea. Eran tiempos en que se fraguaba el mapa del nuevo Estado de las Autonomías y Aparicio se atrevió con un tema todavía candente con el Ensayo sobre las pugnas, heridas, capturas, expolios y desolaciones del Viejo Reino, en el que se apunta la reivindicación leonesa de León (1981).

Fue también el momento de la invención de Sabino Ordás, un exiliado compinche de Picasso. La mirada de la luna (1997) recoge las impresiones de un viaje por China. Sus dos últimas publicaciones las ha dedicado al relato corto: La vida en blanco (2005) recopila cuentos que andaban dispersos y La mitad del diablo (2006) es una inmensa panoplia de relatos hiperbreves (concretamente, 136) o, como el autor prefiere denominarlos, de relatos cuánticos.

En 2007 publica el libro Palabras en la nieve: un filandón, junto a Luis Mateo Díez y José María Merino (compuesto por quince microrrelatos de cada autor), y El año del francés. Ese mismo año aparece su libro de poesía Tristeza de lo finito (2007).

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BIBLIOGRAFÍA

  • El origen del mono y otros relatos (1975). Akal. (1989). Destino. Cuentos.
  • Los caminos del Esla. Con José María Merino. (1980). Everest.(1995).
  • Edilesa/La Crónica de León. Ensayo sobre las pugnas, heridas, capturas, expolios y desolaciones del Viejo Reino, en el que se apunta la reivindicación leonesa de León (1981). Celarayn. (1988). La Crónica de León.
  • Lo que es del César (1981 y 1990). Alfaguara. (2001). Espasa.
  • El Transcantábrico. Viaje en el 'hullero' (De Bilbao a León en ferrocarril de vía estrecha) (1982). Penthalon. (1990). Mondadori. (1997). Lear/ Diario de León.
  • Las cenizas del Fénix. Sabino Ordás. Con Luis Mateo Díez y José MaríaMerino. (1985).
  • Breviarios de la Calle del Pez. (2002). Calambur.
  • El año del francés (1986). Alfaguara. (2001). Espasa.
  • Retratos de ambigú (1989). Destino.
  • Ah de la vida (1991). Mondadori. Recopilación de artículos.
  • Los guerreros y otros relatos (1991). Biblioteca de El Sol.
  • La forma de la noche (1994). Alfaguara.
  • Malo en Madrid o el caso de la viuda polaca (1996). Alfaguara.
  • La mirada de la luna: diez días entre los nietos de Mao (1997). Breviarios de la calle del Pez.
  • El viajero de Leicester (1998). Centro de Estudios Ramón Areces.
  • Cuentos de la calle de la Rúa (1997). Editorial Popular. Con Luis Mateo Díez y José María Merino.
  • Qué tiempo tan feliz (2000). Edilesa. Memorias.
  • La gran bruma (2001). Espasa.
  • León monumental y turística (2003). Everest.
  • La vida en blanco (2005). Menoscuarto. Relatos.
  • La mitad del diablo (2006). Páginas de Espuma. Relatos.
  • Palabras en la nieve: un filandón (2007). Junto a Luis Mateo Díez y José María Merino. Microrrelatos.
  • El año del francés (2007). Narrativa
  • Tristeza de lo finito (2007). Poesía.
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Uno

El dieciocho de julio no pudo ser; aunque payasos y fieras, funambulistas, trapecistas, hipnotizadores, malabaristas y demás componentes estaban dispuestos, el camión que transportaba la carpa se despeñó por el Pajares y fueron necesarios varios días para recuperarla y llevarla a destino. Aquella noche, y las siguientes, el escaso público que salía de la última sesión del Gran Teatro Dindurra, a no más de trescientos metros de la campa de Jovellanos, cuesta de Begoña abajo, donde el circo Franconi había plantado sus reales, tuvo ocasión de advertir la grave desazón que atacó a los tigres. Horas antes de la fijada —y posteriormente aplazada— para la inauguración del espectáculo se revolvían de una punta a otra de sus jaulas como émbolos vivos que trataran de bombear el viciado aire hacia afuera sin que sus alargados lomos rayados se rozaran siquiera al cruzarse. Nadie se extrañó, sin embargo, se trataba al fin de una segregación del propio cautiverio, la añadidura de que gusta el ser humano para acrecentar el disfrute de cierta clase de emociones: el peligro, al otro lado de los hierros —basta con alargar el brazo o la cabeza para tener la certeza de la muerte— mientras el agror hostil de la bestia, de aquella para quien somos una presa, envuelve nuestros sentidos...y su belleza, su rara belleza, sometida a nuestra vista, el cuerpo abultado de gran felino, la estructura ósea como de trapo con grandes zarpas y afilados dientes.

La explosión de un obús, que según algunos había partido del cuartel de Simancas y según otros había sido una bomba arrojada por una escuadrilla de tres aviones rebeldes que quiso bombardear el Ayuntamiento, aunque la creencia generalizada lo atribuyó al error de una batería del Cerro de Santa Catalina, volcó el remolque de las jaulas saltando los cerrojos de las puertas de tres de ellas y rompiendo en varios pedazos el techo de tablas de la otra. Si hasta entonces muy pocas personas habían visto en Gijón un tigre siquiera enjaulado, ahora tendrían ocasión de ver a más de ocho caminando por sus calles.

Lo peor fue, sin embargo, que el domador, un alemán, que tenía en el pecho el tatuaje de una sirena cuya cola se doblaba sobre su espalda, había muerto bajo el peso del remolque y que el dueño o director del circo, el Sr. Pigeon o Picheón o Picheone, que de estos modos y de algunos más se le llamaba, había desaparecido unos días antes, sólo una hora después de que empezaran a tronar los primeros cañonazos del Almirante Cervera —unos le daban por muerto, otros por huido— y nadie sabía en el circo de qué clase de tigres se trataba: si de Bengala o de Liberia, si de esa otra clase que se llama longibando; aunque pronto se convino en la falta de relevancia de semejante dato. Al fin, se sabía que los tigres eran grandes, muy grandes, de por lo menos dos metros de largo, de cabeza enorme, con una cavidad bucal que permitía la acción de dientes como puñales, y zarpas muy gruesas.

La forma de la noche.