Nacido en Villafranca del Bierzo (León) hace 70 años, Jesús Arias Jato ha ejercido diversas profesiones a lo largo de su vida, desde pastor y agricultor a fotógrafo, camarero, camionero, cantero, albañil, arcediano e incluso fraile, pero su gran vocación siempre ha sido ayudar a los peregrinos que se dirigían a Santiago de Compostela. Cuando era niño veía a su abuela ofrecer a los caminantes un caldo y un techo bajo el que resguardarse para dormir. Años después, Jato, como le conoce todo el mundo, fue uno de los pioneros que impulsó hace 30 años la recuperación del Camino Francés y la primera persona de toda la ruta que habilitó un albergue para los romeros. En la actualidad, sigue al frente del refugio Ave Fénix de Villafranca del Bierzo, ubicado junto a la iglesia de Santiago y a su Puerta del Perdón, el único lugar del Camino en el que se puede ganar el Jubileo sin llegar a Santiago.
¿Cómo surgió la idea de recuperar el Camino?
Siempre ha habido peregrinos que iban a Santiago de Compostela, muchos de Francia, Italia y Alemania, pero antes no se controlaba como ahora. Hace 30 años empezamos la pelea para promocionar el Camino. Hubo gente que lo impulsó mucho, como Elías Valiña, el sacerdote de O Cebreiro, y los miembros de la asociación de Navarra. Nos empezamos a reunir y se hizo un congreso en Jaca (Huesca), todo con la intención de revivir el Camino. Valiña fue el primero que empezó a pintar flechas amarillas para señalizar la ruta. Antes se ponían sólo unas señales rojas y empezó con las amarillas de una forma fortuita, para aprovechar la pintura que se utilizaba en las carreteras, los botes que no se acababan.
¿Recibieron apoyo de los habitantes de los pueblos por los que pasa la ruta?
En muchos sitios veían un peregrino y la gente decía “escápate, que ése va a pedirte algo”. Aquí, en Villafranca del Bierzo, no querían que se atendiera a los peregrinos. A mí me miraban mal porque mi familia siempre los recogía. Incluso una persona me escribió una carta criticándome por dejar abandonadas mis cosas para preocuparme por limpiar el Camino y atender a los peregrinos. Me decía que los dejara en paz, que siempre había habido y que fueran por donde pudieran. En cierto modo tenía un poco de razón porque a veces abandonaba mis cosas por ayudarles.
¿Cómo empezó su vinculación con los peregrinos?
El día que yo nací, el 1 de mayo de 1940, durmieron en casa de mi abuela siete peregrinos, que para aquel momento era una multitud. Dormían en la cuadra de los animales, encima de un poco de paja. Siempre he visto pasar peregrinos, sobre todo los años jubilares, y a mi familia atendiéndoles por un motivo religioso, porque eran hombres de Dios. Recuerdo que cuando tenía cinco o seis años veía a mi abuela haciéndoles una olla de caldo para cenar y por la mañana darles una perrona de cobre para que le pusieran una vela a Santiago. Les decía que si les hacía falta que la usaran para comprar un panecillo. Luego, durante los años que trabajé fuera los atendían mis padres.
¿Qué hizo para impulsar el Camino?
Fui el primero de todo el Camino de Santiago en habilitar un albergue. Preparé a mediados de los años 70 en Villafranca un lugar para acoger a los peregrinos, en una casa que ya se ha caído y ahora es un solar. Era un local que yo tenía alquilado y alguna vez los recogía incluso en el camión con el que trabajaba. En el verano tenía menos trabajo de conductor y me dedicaba a arar viñas. Entonces, dejaba el camión aparcado, le ponía un toldo y se lo prestaba a los peregrinos para que durmieran allí, como si fuera un refugio. Luego puse unas carpas y también habilité un lugar para dormir en un invernadero antes de poder construir el actual albergue con ayuda de voluntarios.
¿Qué le decían los peregrinos que pasaban entonces por aquí?
Se sorprendían mucho de que tuviera un sitio un poco organizado para ellos porque venían acostumbrados a que no había nada. Yo tuve incluso un ‘quiosquillo’ de aluminio con un cartel que ponía ‘Información para el peregrino’. En las carpas les recogía, les hacíamos una comida, una queimada...
¿Qué objetivos perseguía?
Yo esperaba que siguieran pasando peregrinos. Por eso hice el albergue, para que tuviesen un sitio donde quedarse. A mí siempre me ha gustado hablar con los peregrinos, es lo más interesante porque es muy cultural, ves de todo. Nunca llegué a pensar que hubiese que ponerle un precio a las cosas, creía que bastaría con que la gente dejase lo que pudiese. Tantos albergues que se han abierto ofreciendo comodidades creo que es una manera de matar el Camino.
¿Qué representa para usted la ruta jacobea?
El Camino es la vida misma, es como el camino de la vida. Tú empiezas el Camino y vas teniendo dolores, penurias, alegrías, buenos ratos, malos ratos, decepciones, etc. Y, sobre todo, es el encuentro espiritual con las personas. Es un mundo totalmente aparte.
¿Hay alguna etapa o lugar que le guste especialmente?
Me gustaba mucho antes el monte de los Corvos en Lugo, el tramo entre Barbadelo y Portomarín. Era un sitio mágico, encantador. Cuando todavía no estaba el Camino arreglado me gustaba parar en todas las aldeas y hablar con las paisanas mayores, que te contaban sus experiencias de cómo pasaban antiguamente los peregrinos sin ropa ni comida y les daban un cuenco con un caldo. Ahora está lleno de bares y las paisanas ya murieron. Está lleno de flechas para todos los lados, es una vergüenza.
¿Cómo ve el Camino en la actualidad?
Lo estropearon todo cuando empezaron a poner montones de albergues, incluso manipulando al peregrino. El espíritu se ha perdido muchísimo. Yo recuerdo que cuando tenía las carpas la gente dormía en el suelo y se colocaban allí 90 o 100 personas. Y me daban las gracias, me decían que no cambiara nada, que eso era lo mejor del mundo.
¿Qué balance hace de tantos años dedicados al Camino?
Hay un momento en el que casi se cansa uno y te llevas malos ratos, pero entra una persona sonriente y se arregla todo. En verano estás aquí desde las cinco de la mañana y cuando llegan las doce de la noche y estás acabando de recoger estás muerto de cansancio. Piensas que para qué ha valido ese día, desde luego no para hacer caja. Lo interesante es la filosofía de un amigo mío de Brasil que viene a ayudarme. Él dice siempre: “Bueno, estamos muy cansados, pero si mañana por la mañana al salir los peregrinos alguno nos da las gracias y sale sonriente, ha compensado todo”.
¿Qué espera del futuro?
Mientras pueda, me gustaría atender a los peregrinos, pero también hace falta dinero para subsistir. Algunas veces pienso que si yo fui el primero en preparar un albergue para los peregrinos igual tengo que ser el primero que tenga que cerrar porque si me siguen metiendo tantos impuestos el futuro va a ser muy difícil. No sé si este año podré sacar para mantenerlo. Yo sigo siendo autónomo y cotizando, no quiero jubilarme hasta que no acabe las obras, pero no nos dejan vivir, cada vez está peor.