SANTAEULALIADELRIONEGRO
A Santa Eulalia del Río Negro se llega por una carretera asfaltada que va cuesta abajo, porque lo fácil es llegar, pero lo difícil es marcharse. A los lados empiezan a nacer las casas de piedra, los caminos terrosos y las huertas. Ancha se extiende una era que una vez alimentó al pueblo, ahora acoge a los nietos de quienes entonces trillaban trigo, solo que hoy se juega al fútbol, se contemplan las lágrimas de San Lorenzo o se ve a bebés lanzados dar sus primeros pasos. Donde cuando se esconde el sol llega la verbena cada siete de agosto para celebrar a San Mamés y a nosotros mismos, juntas todas las generaciones que crecieron y siguen creciendo en aquella era.
Callejeando llegas a una plaza en la que todo parece añorar un tiempo mejor, cuando el pueblo tenía escuela, pero que sigue siendo el centro de la vida, de las cañas en verano y la música hasta que sale el sol.
Y cuando parece que ya no quedan más casas, que acaba el asfalto y se acaba Santa Eulalia, aparece el Río Negro. Helador, cristalino y salvaje. Llegar a su orilla en verano es olvidar aquello de la España vacía y querer quedarse para siempre en esa toalla, con el pelo mojado y los ojos cerrados; quedarse para siempre en el pueblo más bello de Castilla y León.