Ingredientes:
- Sangre de cerdo
- Tripa de cerdo
- Pan de trigo
- Cebolla
- Nueces
- Castñas
- Manzanas
- Miel
- Azucar
Elaboración:
La víspera de la matanza se miga el pan muy fino y se le añade la cebolla muy cortadita. Al día siguiente, cuando se lleva a cabo la matanza del cerdo, se recoge la primera sangre del cerdo y se vierte sobre el pan y la cebolla migada el día anterior. Todo ello se cuece en un caldero durante una media hora. Hay que tener en cuenta que a la sandre hay que estarle dándole vueltas continuamente para que no se cuaje.
Paralelamente se pelan las nueces, las castañas y las manzanas y se cortan en trocitos muy pequeños. Tras ello se dispersan sobre las migas de pan bañadas en sangre. A continuación se vierte un poco de miel y azucar, se remueve y se deja todo un día tapado.
Al día siguiente se embute todo en la tripa del cerdo. Bajo la lumbre se coloca una caldera grande de cobre con agua y se deja hasta que hierva. Allí echamos las morcilla y las dejamos entrecocer unos minutos. Cuando estén listan se retiran del caldero y se cuelgan boca abajo para dejarlas curar.
Costumbres y curiosidades:
Las morcillas siempre se cocinaban durante la matanza y eran consumidas a lo largo de todo el año. Para cocinarlas era indispensable utilizar un gran caldero de cobre que normalemnte se adquiría en el municipio de Pereruela. Las muejeres mayores del pueblo aseguran que es donde mejor se cueca la sangre. La lumbre se hacía con leña de roble, encina y madroño.
En la época de la guerra, algunos de los habitante de Faramontanos y alrededores, se sacaban algún dinero fabricando lo que se conocía como 'la droga del monte'. Los hombres se encargaban de recoger restos de jara y otros arbustos. Los cocían durante todo un día y una noche en los grandes calderos de cobre hasta que los hierbajos se convirtieran en melotes que iban después ehando en un jarrón. Esos melotes eran vendidos más tarde a los 'hombres del laboratorio', quienes los utilizaban en principio para realizar perfumes y jabones. Normalmente cada una de las arrobas (que era lo que solían recoger en un día) se pagaba a 70 pesetas. Era precisamente con ese dinero con el que muchas familias lograban superar el frío hinvierno.