Encinas, pinos, fresnos, quejigos, aligustres, jerbos, madreselvas, saúcos, espantalobos o rosales silvestres. Algunos de ellos, no es el caso de los dos primeros, prácticamente desaparecidos de los campos de Castilla y León, han encontrado un fuerte aliado en Arba Valladolid, una asociación naturalista que impulsa, mediante un pequeño vivero ubicado en los jardines de la Facultad de Medicina, fortalecer la presencia de estas semillas en maceteros y darles salida a los pueblos. El objetivo, la recuperación del bosque autóctono, siempre en suelo público y en colaboración con ayuntamientos.
"No nos interesa plantar 600 árboles, sino unos pocos y visitar la parcela y asesorar a una veintena de personas que participe en su desarrollo en cada pueblo y lo tome como algo propio en su cuidado", desliza David Arribas, uno de los socios de Arba, quien demuestra un exquisito cuidado a la hora de nombrar e identificar las plantas.
La organización ha impulsado la recuperación de 50 especies desde que naciera en 2003, de forma altruista -sólo sobrevive con aportaciones de su treintena de socios-, para ocupar un año después las dependencias cedidas por la entidad académica donde, además del pequeño vivero, ocupa una sala para almacenar el material necesario para su labor, desde azadas, palas, fundas para evitar ensuciarse. Pero lo que más llama la atención son dos frigoríficos en los que se desarrollan las semillas.

"Las semillas, antes de sembrarse, necesitan enfriarse o escaldarse con golpes de calor para que pierdan su dormición y germine", señala el presidente de Arba, Javier Rodríguez. También se estratifican y se trata los esquejes.
Aunque el invierno no es el momento más bello para acceder al vivero, un amplio abanico de especies en alvéolos y tiestos se abre a ojos del visitante, macetadas incluso en envases de leche reciclados.
Cada especie cuenta con un carné de identidad en el que se plasma la fecha de recogida de la semilla y la de siembra, así como el municipio y el nombre científico en latín de la planta, una política que permite acostumbrar a los socios a las verdaderas denominaciones y evita confusiones, "pues algunas especies tienen nombres diferentes según qué pueblos". Cada semilla no está más de dos años allí.
"Tras su siembra en el vivero, el esqueje se planta de nuevo en la zona forestal en que se recogió", señala Rodríguez. Entre otras cuestiones, porque lo mandata la ley para impedir la pérdida de pureza y porque algunas especies, como la encina o el alcornoque, "se hibridan fácilmente y eso no es bueno". "No podemos coger una bellota de Sanabria y sembrarla en Valladolid, porque se pierde el carácter autóctono; al igual que si plantamos un alvéolo o celdilla de castaño del Bierzo fuera de ese clima, no se desarrollaría y podría dar lugar a enfermedades forestales. No se puede jugar con fuego", argumenta el presidente, quien señala que especies como el almendro también se desarrollan a pesar de que no son originales de esta tierra, "pero sí está naturalizado por el histórico tiempo que aquí lleva".
Pero ese cuidado no es el mismo para todo tipo de especies: "Es menor para árboles de ribera y arbustos, que no están tan limitados porque la pureza se ha perdido al ser transportados por las migraciones de aves o por las corrientes", señala David Arribas.
La 'isla' de Aguilar de Campos
Habitualmente, Arba trabaja con los mismos ayuntamientos porque además de facilitar el espacio, "han demostrado mucho entusiasmo". Es el caso de Moral de la Reina, Villalón de Campos y Piñel de Abajo, en Valladolid, así como Tabanera de Cerrato, Santoyo, Villerías, Vertavillo y Palencia capital, en esta provincia.
Todos ellos pertenecen a la misma zona forestal, en ambas provincias. En el caso de otro consistorio se interese, Arba le asesoraría, pero nunca podría donar las semillas de un área distinta. Algo diferente sería recoger, como sucede en el caso de Hontoria de Valdearados (Burgos), semilla en sus montes, desarrollarla en el vivero de Valladolid, y volver a trasladarla a su lugar de origen. Las plantaciones en estos lugares se lleva a cabo entre noviembre y marzo.
Mención aparte merece la localidad vallisoletana de Aguilar de Campos, en la que se desarrolla el proyecto de investigación 'Isla forestal en un mar de campos'. Se trata de una parcela de casi dos hectáreas, cedida por la Junta, en la que se estudia el comportamiento de distintos modelos de asociación de árboles y arbustos autóctonos como especies pioneras en la recuperación de la vegetación en áreas degradadas, así como la influencia de las micorrizas en su desarrollo.
David Arribas explica que se trabaja con especies que generalmente estaban presentes en la zona y se utilizan semillas recogidas en el entorno. El ahoyado suele ser manual y el trabajo se ejecuta con voluntarios. Se utiliza encina, quejigo, rosal, majuelo, almendro, jazmín, endrino, piruétano, enebro, sabina, cornejo, aligustre, fresno, nogal y álamo.
Por ejemplo, destaca la tendencia positiva de los quejigos en esta 'isla', de los que sobreviven hasta el momento entre el 80 y el 90 por ciento, mientras que las encinas se reducen al 60 y 70 por ciento. "Se estudia el viento, su dirección, su fuerza, se hacen pruebas y seguimientos de plantas. Es un laboratorio al aire libre", comenta José Luis Alvear, tesorero de Arba, prejubilado informático y uno de sus socios más activos. "La idea es crear una zona de árboles autóctonos, en el que las aves, zorros, tejos e insectos son nuestros principales aliados para la expansión", asiente.