Todo está listo dentro del quirófano 1 del Hospital Clínico de Valladolid, lugar donde el equipo del Doctor Echevarría tiene todo bajo control. En la mesa de operaciones hay un paciente con una cardiopatía isquémica que tiene obstruidas las arterias coronarias. Eso impide que la sangre llegue en cantidades suficientes al motor de su cuerpo: el corazón. Le están realizando un triple bypass.
Esta anastomosis lleva implícito un alto riesgo, ya que para realizar con éxito este minucioso trabajo hay que parar el corazón al enfermo. La vida, mientras tanto, se mantiene mediante una bomba de transfusión extracorpórea que maneja una perfusionista, enfermera especializada en este “corazón artificial”. Ella forma parte de un completo y especializado equipo en el que se incluyen anestesistas, cirujanos, y enfermeras instrumentistas.
Uno de los momentos críticos llega al final, cuando desconectan la bomba y el corazón vuelve a latir por sí mismo. Después llegan tres meses de postoperatorio tras los que el equipo de cirugía ve con satisfacción como personas que apenas podían andar a causa de un terrible dolor en el pecho, que respiraban y caminaban con dificultad, consiguen hacer deporte, sacar a pasear a sus nietos o, incluso, explica el cirujano adjunto Juvenal Rey, ocuparse de un pequeño huerto.