Han pasado 75 años, muchos de los protagonistas de aquel 18 de julio de 1936 ya no se encuentran con vida y quienes lo hacen, recuerdan aquella tarde-noche de sábado como un día de tensa calma que cambió para siempre sus vidas. Los niños dejaron de ser niños y los jóvenes pasaron a ser adultos en apenas 24 horas. La historia del alzamiento o golpe de estado la cuentan aquellas personas que de la noche a la mañana dejaron de ser ciudadanos de a pie para convertirse en protagonistas de lo que, con el tiempo, se convertiría en una cruenta Guerra Civil.
Tras las elecciones de febrero de 1936, que dieron como vencedoras al Frente Popular, la capital burgalesa comenzó a ser uno de los núcleos considerados desde el Gobierno de la II República como uno de los "más preocupantes" de todo el país. De conocida tendencia conservadora, entre la clase media burgalesa comenzaron a aumentar las simpatías de un tímido movimiento falangista en el que militaban principalmente jóvenes de clase media, al que se fueron uniendo jornaleros del campo y ciudadanos sin tendencia política alguna.
El denominado 'ruido de sables' comenzó a hacerse fuerte desde las últimas semanas del mes de junio y parte de aquella conspiración, cuya razón de ser era devolver la unidad y la seguridad a España, tuvo a Burgos como protagonista, ya que la intención del general Mola era que el grueso de militares que debían tomar Madrid saliesen desde Zaragoza y Burgos, según narra Fernando Cardero en su libro 'La Guerra Civil en Burgos. Fusilados, detenidos y represaliados en 1936".
"Burgos fue un escenario para ganar. La capital era una ciudad conservadora y desde el primer momento se vio claro un triunfo", declaró Cardero. El autor de una de las obras que mejor recogen los días anteriores y posteriores a aquel 18 de julio, declara que "muchos ciudadanos tenían miedo de que el Frente Popular instaurase un régimen soviético y eso hizo que muchos militares tuviesen preparadas las máquinas desde hacía meses".
Y así fue. Generales como González Lara se entrevistaron con Mola en plenos San Fermines para llevar a cabo un levantamiento militar contra el Gobierno de la República que debía de efectuarse el 13 de julio. "No les salió bien la cosa. Cuando los militares volvieron de esa reunión fueron detenidos nada más llegar a la Estación del Norte de Burgos. El Gobierno estaba avisado de esas reuniones e hizo lo imposible para detener el golpe".
Sin embargo, la tarde del 18 de julio de 1936 pasó a la historia como el día en el que España se partió. La conspiración dio sus frutos y un grupo de militares tomó por la fuerza las principales instituciones políticas y militares de la ciudad como el Ayuntamiento, el Palacio de Capitanía y la mayor parte de los muchos cuarteles que por aquel entonces llenaban la ciudad. "En ese momento nadie pensó que aquello iba a acabar en Guerra Civil o en una dictadura como la vivida durante 40 años. Se pensó que pronto se recuperaría la calma, de ahí que en un primer momento los burgaleses estuvieran tan confusos con todo lo que estaba sucediendo".
Guerra y huída
A las dos de la mañana del domingo 19, las tropas salieron a la calle y la capital burgalesa se adelantó nueve horas en declarar el Estado de guerra. Manuel Ruiz tenía 32 años cuando los falangistas comenzaron a tomar las calles de la capital. Era administrativo y un obrero, además de anarquista "de pies a cabeza", como recuerda su nieta Maria del Mar Ramírez, quien define a su abuelo como un "humanista y autodidacta a quien se castigó por pertenecer a la CNT". Miembro de la directiva de la CNT en Burgos, y precursor del Ateneo Cultural burgalés durante los años 30, Manuel supo que algo iba mal desde el 17 de julio. "La noche antes del golpe la pasaron en la sede de la CNT- situada por entonces en la Plaza Vega- donde se encargaron de recoger toda la documentación, papeles y cualquier cosa que pudiera comprometerles. Les alertaron sus compañeros de Madrid de que se iba a producir un golpe de Estado y lo quemaron todo", añade María del Mar.
Casado y con dos hijos. Desde el momento en el que triunfa el golpe en la capital y son detenidos generales como Batet- después fusilado- y apresados muchos de sus compañeros de ideas, Manuel emprende una huida política y deja de tener contacto con el resto de compañeros de la CNT para no levantar sospechas. "En esa época cualquiera podía denunciarte y era mejor que nadie hablase de ti", explica la nieta de Manuel. Sin embargo, ‘La camisera’, ‘Baranda’, ‘El Tarugo’ y otros conocidos anarquistas de la ciudad mantuvieron contacto gracias a que sus mujeres o amistades hicieron como correo para poder intercambiarse órdenes. "En un principio les salió bien la cosa, pero cuando Franco llegó al poder se les acabó el chollo".
Una fría mañana de mayo de 1945 una pareja que decía ser amigos de Manolo, procedentes de la localidad burgalesa de Miranda de Ebro, se acercó hasta su casa, situada en la calle Fernán González. Fue la madre de Manuel la encargada de explicarles que "su Manuel" no estaba en casa. Y no mentía la bisabuela de Maria del Mar. Ahí comenzó la huída. Los que decían ser amigos no solo no lo eran sino que iban a buscarle porque alguien había dado el chivatazo.
Una vida rota
La guerra empezó y acabó, pero para muchos "ese calvario no había hecho nada más que empezar". Pasarían más de diez años hasta que Manuel regresase a la casa en la que le esperaban su mujer y sus dos hijos. Escapó de Burgos a pie y a pie se fue caminando día y noche hasta Bilbao, donde un compañero le puso en contacto con un simpatizante del Partido Nacionalista Vasco que le consiguió un trabajo en los Altos Hornos. Mientras su mujer, con dos hijos pequeños, se las vio y se las deseó para conseguir un empleo con el que ganar diez pesetas. "Planchó, limpió y trabajó donde le dejaron porque, por desgracia, los rojos no eran bien recibidos en ningún sitio", comenta la nieta de Manuel.
Pero Manuel volvió, "aunque su mirada nunca fue la misma". Regreso en los años 50, ayudado por un familiar franciscano que intercedió ante el gobierno civil de Burgos, y comenzó a trabajar en la construcción de la Fábrica de la Moneda, levantada por muchos presos republicanos y trabajadores de izquierdas. "Volvió pero nunca olvidó todo lo que tuvo que pasar, nunca recobró ese optimismo con el que luchó ante de la guerra", confiesa Maria del Mar.
El joven anarquista se convirtió en un hombre parco en palabras al que le costaba recordar. "Prefirió refugiarse en la poesía para escribir entre líneas aquello que nunca le dejaron decir en voz alta. Fue y es un ejemplo a seguir", recuerda emocionada una nieta orgullosa de llevar el apellido y las ideas de su abuelo, fallecido en 1979.
Políticos y civiles
Fueron muchas las personas que durante los primeros meses del 36 fueron arrancados de sus casas y de sus familias para después acabar en una cárcel y más tarde en una cuneta. Fernando Cardero recopila en su libro algunas de las historias de aquellas personas, más de 300, que fueron detenidas durante los primeros meses de la Guerra Civil. Conocidos por todos son los nombres del general Domingo Batet, responsable máximo de la VI División y condenado a pena de muerte; Joaquín Fagoaga, último gobernador civil durante la II República, fusilado en el monte de Estépar, y Enrique González Avellaneda, secretario de Fagoaga, también fusilado.
"Fueron muchos políticos pero también civiles", expresa Cardero. Muchas de las personas que durante agosto del 36 acabaron en los sótanos de la Diputación provincial (hoy sede de la administración provincial) se entregaron porque pensaron que nada iba a pasarles, "ni mucho menos iban a ser fusilados". "La mayoría fueron encontrados y señalados después de que los militares hiciesen un rastreo de las últimas votaciones. Los que votaron al Frente Popular pagaron su precio", añade el escritor.
Ese fue el error de Félix Ramiro Mendoza, alias ‘Zapaterín’, un conocido zapatero de la capital y reconocido intelectual de izquierdas y asiduo de la Casa del Pueblo considerado un "elemento subversivo" para el nuevo régimen. Pasó varios días en los calabozos de la Diputación hasta que fue trasladado a Pamplona. Nunca llegó. Cardero expresa en su libro que pudo ser fusilado en un entorno conocido como La Brújula.
Lo que vino después
"Realmente lo duro fue lo que vino después", advierte Vicenta Franco, una burgalesa de 82 años a la que el 18 de julio le pilló con apenas siete años. "No recuerdo mucho de aquello, pero no se me olvida el sonido de las bombas ni de las sirenas que cayeron en la ciudad" Y no miente. Su memoria es capaz de trasladarse a una tarde de 1937 en la que una bomba que cayó en el Hospital Militar acabó con la vida de una decena de personas, cinco de ellas de la misma familia, que se encontraban velando un cadáver.
Aunque pequeña, Vicenta tiene otro momento de aquel mismo año en su retina. "Iba con mi prima de paseo y de repente un coche comenzó a lanzar propaganda comunista. Mi prima cogió uno de los panfletos y se puso como loca a hacerlo añicos". La pequeña Vicenta no era consciente en ese momento de que esos papeles "eran el comienzo de su particular lucha".
"La guerra nos hizo pasar muchas pero que muchas calamidades, pero también nos enseñó a luchar y a combatir las desigualdades, muchas veces a escondidas". Bien lo sabe ella, quien siendo una adolescente aprovechaba el cambio de guardia de ‘los grises’ para dejar en los portales octavillas "que mandaban los compañeros de Francia". Nunca tuvo miedo, lo hacía con pasión.
Lucha y recompensas
"Lo que realmente no sabía ese dictador era que nos hizo fuertes para luchar", apostilla Vicenta. Ella misma fue la primera mujer enlace sindical de la capital y una de las únicas participantes de Castilla y León que tuvo la suerte de reivindicar los derechos de sus compañeras durante la I Reunión de Mujeres Trabajadoras que se celebró en Madrid en el año 1963. "Entonces sí que merecía la pena luchar".
Manuel Ramírez, el anterior protagonista, también culminó su lucha antes de morir. Reconstituyó la CNT con su compañero ‘Baranda’ en el año 1975, y pudo ver como su propia nieta se afiliaba a la organización sindical por la que tuvo que huir tantos años y en la que conoció a camaradas que fueron quedando por el camino.
Mañana se cumplen 75 años de un momento que ha llenado páginas de libros y que ha suscitado toda serie de comentarios y aportaciones. El tiempo pasa y cada vez es más difícil recoger el testimonio de las personas que vivieron aquellos difíciles momentos. "Sólo nos queda recordar", puntualiza Vicenta, "bueno, eso y que nos dejen recordarlo a nuestra manera, sin censuras".