Premio Primavera 1998

De Lope, Manuel

El estilo del autor posee una adictiva atracción que quizás radica en la aparentemente natural imbricación de todos los materiales con que ha sido tejido.

Manuel de Lope (Burgos, 1949). En su ciudad natal pasa su niñez y parte de su adolescencia, y a los quince años se traslada a Madrid para realizar estudios de Ingeniería y Ciencias Económicas.

En 1969 decide marcharse a vivir a Francia, donde, habiendo obtenido un puesto de lector de español en la Universidad de Montpellier, comienza a escribir. Tres años después se traslada a Ginebra y más tarde a Londres, donde pasó otros dos años. Después volvería al país galo, donde permanecerá hasta 1994, año en el que fija su residencia en Madrid.

Carlos Barral será su primer editor, publicando en 1978 Albertina en el país de los garamantes. Su mundo narrativo bucea en el pasado, en los territorios del poder y la codicia, y ofrece un tapiz complejo, que resalta por el dominio de ritmos y por la riqueza de lenguaje. Un humor irónico disuelve y rebaja el poso sombrío que vela la atmósfera de sus relatos.

El otoño del siglo (1981) es una obra plena de vigor y frescura impregnada de un romanticismo turbio, escrita originalmente en francés. Los labios de vermut (1983) se inscribe en el territorio de la experimentación narrativa. Jardines de África (1987), de marcado carácter autobiográfico, prolonga el desconcierto de la búsqueda.

Madrid Continental (1987) es el retrato y memoria de la ciudad de posguerra; Octubre en el menú (1989) aviva los rescoldos sesentayochistas; y Shakespeare al anochecer (1993) recobra, en medio de una atmósfera secreta, una nueva versión de viejas historias.

En Bella en las tinieblas (1997), Manuel de Lope ensaya el relato en clave de estructura policíaca ambientado en la posguerra española: la muerte de un militar, “que había llegado del generalato al Ministerio de Obras Públicas” y que convive con una célebre dama de la vida galante madrileña en un pueblecito de la costa cantábrica, desata las ambiciones y la intriga de sus herederos.

Las perlas peregrinas (1998, Premio Primavera) es una parodia de la novela negra que granjeó al autor la atención de un público más amplio; Música para tigres (1999) reúne tres novelas breves: Los amigos de Toti Tang; Por ahí no, Moyano; y Los labios de vermut.

Con Iberia. La puerta iluminada (2003) inicia un recorrido hiperrealista por la España de las autonomías (Galicia, Asturias, Cantabria, Navarra, La Rioja, Castilla-La Mancha, Valencia, Murcia y Andalucía) en el que el autor, incansable y atento observador, a través de minuciosas y plásticas descripciones nos va redescubriendo una geografía singular, sin dejar a un lado aspectos históricos o consideraciones artísticas o de otra índole.

Iberia. La imagen múltiple (2005) continúa y completa el periplo “ibérico” iniciado en la obra anterior: un catálogo de seres y paisajes más cercano a Pla que a Camilo José Cela.

Así mismo, Manuel de Lope ha escrito la obra teatral La petenera (El judío errante), que representó a España en la Exposición Universal de Sevilla en 1992, y ha realizado dos adaptaciones clásicas que se estrenaron en el Festival de Teatro de Mérida: Antígona y Electra.

Tildado frecuentemente como escritor “de culto”, es cierto que la escritura de este autor, que en alguna ocasión ha denunciado el abuso de la retórica en la novela española contemporánea, posee una adictiva atracción que quizás radica en la aparentemente natural imbricación de todos los materiales con que ha sido tejida.

$$$
  • Albertina en el país de los garamantes (1978). Barral Editores. (1990). Plaza & Janés. (1999). Espasa-Calpe.
  • El otoño del siglo (1981). Argos Vergara. (1988). Alfaguara.(1990). Plaza & Janés.
  • Los labios de vermut (1983). Argos Vergara.
  • Jardines de África (1987). Alfaguara. (1990). Plaza & Janés.
  • Madrid Continental (1987). Alfaguara. (1991). Plaza & Janés.
  • Octubre en el menú (1989). Alfaguara. (1991). Plaza & Janés.
  • Marsella (1990). Destino.
  • Los amigos de Toti-Tang (1990). Plaza & Janés.
  • Shakespeare al anochecer (1993). Alfaguara.
  • El libro de piel de tiburón (1995). Alfaguara.
  • Bella en las tinieblas (1997). Alfaguara. (2000). Suma de Letras.
  • Las perlas peregrinas (1998). Espasa-Calpe.
  • Música para tigres (1999). Espasa-Calpe.
  • La sangre ajena (2000). Editorial Debate.
  • Iberia: La puerta iluminada (2003). Editorial Debate.
  • Iberia: La imagen múltiple (2005). Editorial Debate.
  • Otras islas (2008). RBA Editores.
$$$

Las cigüeñas de Zamora

La cigüeña es el animal emblemático de Alsacia, pero en Alsacia no quedan más cigüeñas que las cigüeñas de piedra de la catedral de Estrasburgo. En Zamora hay una gran cantidad de cigüeñas, muy reales, a veces en grupos de veinte o treinta cigüeñas, especialmente a la hora del crepúsculo, cuando se las ve regresar de las orillas del río. Algunas parejas tienen nido en las chimeneas o en los campanarios. Muchas otras cigüeñas desparejadas se conforman con los tejados, donde se sostienen sobre una sola pata con un aspecto triste y desolado, como jóvenes sin recursos económicos. Las afortunadas parejas con nido se saludan al atardecer con un repiqueteo peculiar, parecido a los golpes de un mortero de madera. Es difícil admitir que ese sonido primitivo sea el canto de las cigüeñas. En los pueblos de Castilla, cuando yo era niño, se decía que la cigüeña «majaba el ajo» para la sopa de la cena. La cigüeña es un ave que sufre unas transformaciones asombrosas. No basta con observar que se trata de un pingüino estilizado. Cuando la cigüeña se pasea por las charcas y estira su línea elegante hace pensar en las «moçitas de cuello albillo» del Libro de buen amor. Cuando se encoge y descansa en un tejado o en una chimenea se transforma en un mendigo jorobado. Las cigüeñas de Zamora pasaban la noche en los caballetes de los tejados, vueltas hacia la luz de las farolas, con la cabeza encogida entre los hombros, alineadas en filas regulares como en una crestería gótica. Todo el perfil de la ciudad se convertía en un monumento.

Una tarde, un fuerte chaparrón derribó a una cigüeña sobre la Plaza Mayor mientras el público se refugiaba en los soportales. El pájaro sacudió las alas, alzó el pescuezo y recuperó cierta prestancia. Tenía las plumas empapadas. Mientras duró la lluvia se paseó por la plaza con un aire entre desafiante y desconfiado, como un mal actor engreído al que hubieran arrojado un caldero de agua.

Otra tarde, con un fuerte viento de nordeste, las cigüeñas parecían suspendidas en el aire, en estratos diferentes, inmóviles, a contraviento, con leves oscilaciones y cambios de nivel, en alturas y distancias de una distribución compleja, como en una escultura de Calder. El cielo estaba muy limpio. Aterrizar en un tejado con aquel vendaval era una maniobra peligrosa. Las cigüeñas la ejecutaban con movimientos hábiles, a veces acrobáticos, arriesgando mucho, acelerando bruscamente la caída, y volviendo a su posición inicial en la figura, al pairo del vendaval, a preparar una segunda tentativa si la maniobra había fallado. En los atardeceres de paz las cigüeñas volvían a la ciudad en grupos mansos como rebaños. Entonces se percibía el poder arcaico de las cigüeñas. Había algo en esos bandos de pájaros que se proyectaba a épocas muy remotas de la evolución. Viendo regresar a las cigüeñas de Zamora parecía que veíamos volar sobre un cielo azul y rojo a los últimos pterodáctilos.

Iberia: La imagen múltiple.