José Manuel de la Huerga (Audanzas del Valle, León, 1967). Vive en Valladolid desde niño y es profesor de Lengua y Literatura en un instituto de Tierra de Campos. Desde hace años, cada mañana, antes de ir a trabajar, mientras todos duermen, él se sienta ante el ordenador y escribe con una constancia a prueba de vicisitudes.
Su primera novela, Este cuaderno azul (2000), levantaba acta de sus veranos de infancia en Audanzas del Valle, donde pescó peces y cangrejos a lo Tom Sawyer, se escapó en las siestas de verano, con toda la solana, para andar sin rumbo con la bici, y fumó los primeros cigarrillos.
Este enclave del páramo leonés también impregna su único libro de poemas publicado hasta el momento, La casa del poema (2005), certeramente ilustrado por Rafael Vega. Del mismo modo, y como tributo autobiográfico inevitable, aparecen algunos personajes queridos de este páramo en su libro de relatos Historias del lector (1998).
En Leipzig tuvo lugar un breve pero intenso capítulo de su vida. En esa ciudad alemana trabajó Johann Sebastian Bach y Franz Kafka publicó sus primeros libros. Con estos tres mimbres (borrascas sentimentales, Bach y Kafka), de la Huerga urdió una novela densa y barroca que lleva por título Leipzig sobre Leipzig (2005) y que ganó el Fray Luis de León de narrativa.
Antes, en La vida con David (2003), había realizado una ambiciosa mezcla de novela distópica y reflexión sobre la belleza, una indagación sobre el alma humana y, a la vez, una absorbente trama sobre un grupo terrorista ambientada en un futuro inexistente, aunque probablemente demasiado cercano a nuestra actualidad descoyuntada.
Entre la docencia y la escritura, siempre entre libros, su trayectoria como escritor sigue dando pasos cada vez más firmes sin renunciar al riesgo y a la exploración temática y formal. Está a punto de ver la luz Portugal infinito, novela corta que nacerá bajo los auspicios de Fernando Pessoa y sus variantes heterónimas.
En 2010 ganó el Premio Hucha de Oro de relato. Entre la docencia y la escritura, siempre entre libros, su trayectoria como escritor sigue dando pasos cada vez más firmes sin renunciar al riesgo y a la exploración temática y formal.
$$$
- Historias del lector (1998). Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Segovia.
- Este cuaderno azul (2000). A la Luz del Candil.
- La vida con David (2003). Multiversa.
- Leipzig sobre Leipzig (2005). Junta de Castilla y León.
- La casa del poema (2005). Difácil. Poesía.
$$$
ML continuó barriendo hasta escuchar con claridad el ascensor que descendía. Entonces
abrió una de las puertas que flanqueaban el pasillo y sin miedo se adentró
en la oscuridad. Cerró tras sí, por costumbre, sin pensar. Con las manos extendidas
palpó el aire hasta toparse con la cama que ocupaba el centro de la habitación. Se
desnudó y se sumergió debajo de las sábanas. Cuando encontró el calor del cuerpo
que esperaba, susurró:
— Tu madre acaba de marcharse. Ha dicho que no la esperes a comer.
El cuerpo masculino se dejaba hacer, parecía no querer despertar. Pero la constancia
de las manos de ML consiguió arrancarle al menos una pregunta:
— ¿Sabes adónde iba?
— No. Llevaba un trozo de la estatua envuelto con mucho cuidado en un pañuelo.
— Entonces no regresará hasta la noche.
Era la señal que ambos esperaban para no disimular gritos ni risas. No así la mayoría
de los días, con la madre en casa, que se amaban deprisa y en silencio.
David y ML se acostaban juntos desde el día en que madre e hijo habían entrado a vivir
a aquella casa. La chica formaba parte del personal de limpieza del edificio. Para ella
todo había sucedido demasiado deprisa.
Aquel día, no hacía tanto, Teresa, la madre, leía en su cuarto, en la otra punta de la
casa, y ML entró en la habitación de David creyendo que no había nadie. Estaba todo
revuelto: la cama, deshecha, la ropa, tirada por las sillas. Comenzó por correr las
cortinas y abrir el balcón, el frío de la mañana limpiaría la atmósfera viciada. Cuando
estaba echando las sábanas hacia atrás, David salió desnudo del baño, secándose el
pelo. No dio importancia a la presencia de ML:
— Qué frío, cierra esa ventana, ¿no ves que estoy desnudo?
ML se había dado suficiente cuenta. Tenía un cuerpo perfecto: espaldas anchas, pecho
y vientre tersos, cuello robusto, ausencia de vello, salvo una reducida mata rizada
sobre el sexo relajado entre unos muslos poderosos. ML cerró la ventana con la vista
humillada en el suelo e hizo ademán de marchar. David la retuvo:
— No te vayas. Todas las chicas que han servido en mis casas me ven desnudo desde
el primer día, y me miran. Mi cuerpo imanta. Tú me deseas ya.
ML no supo qué decir, se ruborizó. David comenzó a vestirse despacio, mirándola. Ella
seguía de pie en el centro de la habitación, completamente paralizada. David inició
un interrogatorio:
— ¿Qué te ha pasado en el pie? ¿Te retorciste el tobillo? ¿Todavía no sabes llevar
tacones? ¿Cuántos años tienes?
— Es de nacimiento, soy paticorta. Tengo dieciocho años.
— Está bien eso, eres mayor de edad, no habrá complicaciones con tus padres. Respecto
a lo de tu cojera, en la cama no se notará. Pero mientras limpias la casa, ¿no
podrías usar un calzado silencioso? Soy vampiro: trabajo de noche y duermo de día. Hoy no voy a conseguir quitarme de encima tu taconeo, lo tengo metido en la mollera.
Y se señaló la cabeza. ML estuvo a punto de justificar la necesidad de ese tacón, pero
no pudo hablar. Le había mirado un segundo a los ojos. Era bellísimo: melena de cabello
ensortijado, ojos grandes de almendra, nariz recta, labios bien dibujados, breves.
Tenía el perfil clásico de una escultura. David sorprendió su mirada:
—Mírame sin miedo, a todas os asusta al principio mi belleza. Sé lo que estás pensando:
es como estar delante de una estatua. Soy perfecto y eso tiene sus trabas. Ya te irás acostumbrando.
Se terminó de vestir. ML seguía paralizada en medio de la habitación. David se le
acercó:
—A ver, enséñame la pierna mala.
ML no opuso resistencia. Se dejó sentar en la cama y observó cómo David le quitaba
los zapatos y la obligaba a caminar de un lado a otro de la habitación. Sin los tacones
compensados la cojera era más evidente. David sentenció:
—Pues sí que estás bastante coja.
Se acercó y le subió las faldas:
—Así no veo bien. Desnúdate.
La vida con David.