CULTURA TRADICIONAL | Mayalde

Una familia y una vida dedicada a salvaguardar la tradición

El grupo de folclore salmantino Mayalde asegura que la música tradicional tiene mucho que decir todavía y lamenta que no se enseñe en colegios y conservatorios

rtvcyl.es

Llevan media vida buceando en la memoria de los viejos y recogiendo tradiciones que, de otra manera, habrían caído en el olvido. Y así continúan, conectados a la tierra, a la que les acoge, porque la música que hacen les conecta con ella. Eusebio, Pilar, Laura y Arturo son Mayalde (Aldeatejada, 1980).

La paridera es su local de ensayo. Unos metros cuadrados cuyas paredes rebosan vivencias, tradiciones, decenas de instrumentos que han ido adquiriendo o creando en estos  años de  escenarios y una sensación de que allí siempre pasa algo. En esencia siguen siendo los mismos, sostiene Eusebio, aunque reconoce que si hay que añadir algo son sus hijos, Laura y Arturo, que han metido savia nueva en algo tan viejo como es la tradición.

Esencialmente siguen haciendo lo mismo pero con más conciencia de que son el eslabón perdido de la cadena para conectar lo que ya se murió definitivamente con lo siguiente. "Somos el único elemento de transmisión que hay ahora mismo dentro de la música tradicional". Eusebio se refiere a todos los que utilizan el escenario como única fórmula para enseñar el folclore, y lamenta que no se haga en los colegios o en los conservatorios, y tampoco olvida que se perdiera el Centro de Cultura Tradicional de Salamanca en 2008. Ahora, la única manera de enseñar es sobre  el escenario, a través de "la oralidad".

Cuando Eusebio y Pilar empezaron a rescatar canciones, ritos y costumbres en las cocinas de los pueblos de la mano de los viejos del lugar, apenas había quién hiciera esa labor. De aquellos maestros, apenas quedan algunos vivos, pero todavía se llevan alguna sorpresa, apunta Pilar. "La sabiduría acumulada durante miles de años, que parecía que podíamos prescindir de ella, ahora parece que otra vez nos damos cuenta de que nos hace falta", añade.

Al inicio de su carrera les tacharon de puristas y las discusiones sobre respetar las piezas originales tal cual las han rescatado de nuestros mayores, sigue siendo motivo de discusión en casa de los Mayalde. Pero ¿hasta qué  punto hay que mantener la tradición en su estado más puro? Cada tamborilero, cada persona que ha cantado esas piezas, le ha puesto algo de sí misma, asegura Eusebio, para quien la  oralidad siempre te deja poner más de ti mismo que lo que está escrito.

Para Mayalde siempre ha habido un elemento que ha ejercido el control de calidad, que es la gente, el público. Todo lo que ha llegado hasta ellos ha sido de una sensibilidad extrema porque se ha ido corrigiendo y buscando la excelencia. Eusebio lamenta que actualmente haya quien se suba a un escenario y le pueda vender al público lo que quiera, porque no entienden. Hace muchos años que se dejaron de bailar jotas o charradas a la salida de la misa del pueblo o en el baile a la hora del vermú, con lo que "ese control de calidad que es el público" se ha ido perdiendo, asegura.

Un público incondicional

Mayalde siempre ha tenido su público, el que se han ido ganando en estos 35 años y que  ha demostrado una fe ciega en ellos desde el principio. Pero, aunque son conscientes de que sería fácil engañarles, Mayalde tiene "un problema de honradez" y deben ser fieles a lo que han recogido.

Ellos no admiten aquello de que la tradición, y sobre todo la charra, "es una cosa pesadísima". Asistir a un concierto de Mayalde es garantía de fiesta, de risas y llantos, de improvisación y de emociones. Porque en la búsqueda de tradiciones, "los viejos no solo te cantan la canción, sino que te cuentan lo que les ha ocurrido esa mañana, te ofrecen un vaso de vino y te dicen un brindis…es decir, esas cosas de la vida", cuenta Eusebio. "Porque, en el fondo, la tradición recoge la vida, y la oralidad ha estado muy viva, todo lo que no se renueva, se muere, la endogamia lo mata".

Vivimos en el país de las influencias, continúa Eusebio, del mestizaje. "Por aquí pasaron los cristianos, los moros, los portugueses, cacereños, los trashumantes, los arrieros… pero pasaron tan despacio que daba tiempo a que las cosas se sedimentaran, se asumieran  y se hicieran tuyas".

Ahora pasa lo mismo, pero a tanta velocidad, que "no da tiempo a reposarlas". Ese es el lamento de Mayalde, la pérdida de "lo nuestro" que dice notarse más en "nuestra tierra". No entienden que en otras regiones -como el País Vasco, Galicia o Andalucía- se respete y transmita tanto la tradición y que en Castilla y León se esté perdiendo, sobre todo en Salamanca. Y, tiene que ver, según este folclorista con el miedo que nos inculcaron con el "ser de pueblo" y todo lo que se derivaba de ello.

Intuición, investigación y mucho trabajo

Mayalde ha contado con grandes referentes a la hora de subirse al escenario. Cuando, al preguntar a sus fuentes, no les sabían decir porque esta o la otra canción se tocaban de una  o de otra manera, ellos afinaban el oído, intuían e investigaban. Esa labor, que han ido perfeccionando con el paso de los años, les ha llevado a ocupar el lugar que ocupan hoy en día.

En las paredes de ´La Paridera´, cuelgan los instrumentos que pasean por los escenarios de medio mundo y que tan buenos ratos han hecho pasar a los que les han visto en acción. La mayoría vienen de la tradición, pero otros los han creado ellos mismos. Cuando en Santibáñez de Béjar (Salamanca) apareció Alfonso el Perejil tocando con unos muñecos, ellos decidieron sacarlos también en sus conciertos. A partir de ahí, se produce la magia cuando alguien del público de cualquier otro lugar les lleva a su casa y les enseña esos muñecos con los que tocaba algún antepasado.

Y las historias fluyen .Y lo hacen porque ellos, entre otros, se han encargado de rescatarlas. Acordeones, panderos, carracas, flautas, castañuelas, bigornias, herradas, dulzainas, charrascos, tamboriles o roncadores se mezclan con cucharas, cántaros, calderos, cuerdas o vasos. Todo sirve para transmitir esa tradición que los viejos del lugar les contaron.

Laura y Arturo son los hijos de Eusebio y Pilar, y  desde hace algunos años ya forman parte del grupo. Ellos han aportado "continuidad y frescura", asegura Laura. Se fueron enganchando al oficio porque ha formado parte de su vida desde que nacieron, porque la música siempre estuvo ahí. Incluso los abuelos que les han ido transmitiendo la sabiduría popular son considerados como sus propios abuelos. "Es que nosotros vivimos así", dice.

Las aportaciones en el repertorio las hacen conjuntamente. Eusebio y Arturo hacen las instrumentales, mientras que Pilar y Laura se encargan de las voces. Pero Eusebio, por edad, por experiencia y dedicación, sigue teniendo más referencias en su cabeza con lo que la mayoría de las aportaciones son suyas. Luego, eso sí, las ponen  en común y las discuten. Y no importa que el público no reconozca las piezas que suenan sobre el escenario, porque lo que importa es la emoción y la pasión, insiste Eusebio.

El abrazo escénico

Mayalde siempre ha tenido claro que el papel del público, del que "está debajo del escenario", es fundamental. Su participación tan directa a través de palmas, gestos, cantos o risas es lo que ha marcado en Mayalde la diferencia. Por eso sus conciertos son una comunión perfecta, lo que Eusebio llama desde hace algún tiempo, "el abrazo escénico". Y eso ha sido así desde siempre, confiesan, "desde que empezamos con la bigornia de mi abuelo y un caldero chico o con las panaderas sobre la mesa, hasta cuando nos  golpeamos en el cuerpo con los zajones puestos".

Mediocridad y crisis

Mayalde no sabe lo que es la crisis. Es más, confiesan que cuanto más trabajo han tenido es en estos últimos años. Pero, según Eusebio, esto obedece a una teoría: en época de la falsa abundancia, lo que contaba era contratar grupos al margen de la calidad que tuvieran. Cuanto más grande fuera el programa de fiestas, mejor, afirma. Luego los grupos tardarían en cobrar años, "porque las instituciones carecían de dinero que supuestamente obtendrían más tarde". Es lo que ocurrió en el tiempo de la abundancia, que esa especie de selección natural no existía. Ahora, a raíz de la crisis, la escasez de recursos obliga a seleccionar bajo el sello de la calidad.

Mayalde presume de haber seguido una línea de honradez en todos estos años, lo que no significa que otros no lo hayan hecho, añaden, pero hubo unos años que salían grupos de debajo de las piedras. En los 35 años de carrera, el grupo se ha vendido desde el escenario, sin necesidad de representantes y con el boca a boca. Eusebio, fiel a sí mismo y a sus pensamientos, confiesa que la situación actual "a lo mejor nos venía bien", porque no solo en la música, sino en el arte y en general  "se estaba instalando de manera obscena la mediocridad". Era la teoría del "todo vale".

Envejecer enseñando

La Maya es el pueblo de Eusebio. Allí, y desde hace algún tiempo, decidieron comprar el antiguo salón de baile reconvertido en pajar, para transformarlo en un pequeño teatro en el que volcar su vocación didáctica.

En él, y desde hace algún tiempo, realizan actividades para profesores, amantes de la música y el baile o cursos para escolares. Y unos metros más allá, en la Plaza del Dúo Mayalde, han adquirido una casa con un doble objetivo, crear un museo e incluir la posibilidad para que los que asistan a los cursos se queden a dormir.

Porque donde "se cuece todo" dice Eusebio es en las sobremesas, cuando se empiezan a intercambiar experiencias e historias. De esta manera, Mayalde va preparando la vejez, porque el escenario y la carretera son duros, y llegará un momento en el que "no podamos más" y "tendremos que enseñar lo que sabemos por propia honradez". Tenemos tantos viejos en la cabeza que eso no se puede morir con nosotros, aseguran. De ahí, que uno de los objetivos del grupo para los próximos años sea poder enseñar a los más pequeños , porque "en los niños está la historia".