Juan Manuel de Prada Blanco (Baracaldo, 1970). Aunque nació en Baracaldo,
pasó su infancia y juventud en Zamora. Estudió Derecho en la Universidad de
Salamanca, donde se licenció, pero siempre tuvo una firme vocación literaria.
Antes de triunfar, Juan Manuel de Prada pasó varios años escribiendo relatos
cortos y ganando, con la eficacia sistemática de un francotirador, casi todos
los concursos literarios (grandes, medianos y pequeños) que hay en España.
Su primera obra relevante fue Coños (1995), un inusual libro de prosas líricas
concebido como un homenaje a Senos, de Gómez de la Serna, y que fue saludado
con alborozo por grandes figuras de las letras españolas.
El mismo año, de Prada publicó El silencio del patinador, colección de doce
relatos breves coincidentes en el uso de la primera persona narrativa y en
el cultivo de una prosa barroca, sustanciosa y cuidada, muy distante de las
"posmoderneces" de otros autores de su generación. El último de los relatos
de este libro, "Gálvez", es el germen de la primera novela de Juan Manuel de
Prada, Las máscaras del héroe (1996), ambiciosa y vigorosa obra que recrea
la bohemia española desde comienzos del siglo XX hasta la Guerra Civil, con
dos personajes importantes: el poeta Pedro Luis de Gálvez y su antagonista, el
personaje imaginario Fernando Navales. Para la escritura de esta novela, de Prada recurrió a numerosas fuentes literarias, entre ellas La novela de un literato,
de Rafael Cansinos Assens, y la Automoribundia de Gómez de la Serna.
Desfila por sus páginas la nómina casi completa de los escritores españoles
del período anterior a la Guerra Civil.
Su siguiente obra, La tempestad (1997), de trama detectivesca, fue galardonada
con el Premio Planeta y catapultó a la fama a su autor. En poquísimo
tiempo, había pasado del anonimato absoluto a ser una figura indiscutible,
con eco incluso en la prensa extranjera. La revista New Yorker lo seleccionó
entre los cinco escritores menores de 35 años más prometedores de Europa.
Posteriormente, tanto la novela Las esquinas del aire (2000) como la colección
de ensayos Desgarrados y excéntricos (2001) constituyen sendos ejercicios
de arqueología literaria: en el primero, el protagonista sigue las huellas
de la escritora española Ana María Martínez Sagi, deportista, poeta y pionera
de tantas cosas; el segundo libro mencionado es un álbum de semblanzas de
personajes de la bohemia literaria más radical, como Armando Buscarini o el
propio Gálvez.
Su novela más reciente, La vida invisible (2003), obtuvo el Premio Primavera
y el Premio Nacional de Narrativa en 2004. Narra la historia de Alejandro
Losada, un joven escritor español a punto de casarse, cuya existencia cambia
radicalmente cuando viaja a Chicago y conoce a Elena, una mujer enloquecida
tras un desengaño amoroso, y descubre la historia de Fanny, una pin-up
de los años 50 desaparecida sin dejar rastro.
Colabora habitualmente en la prensa (especialmente en el diario español
ABC). Sus artículos, aparte de recibir prestigiosos premios (González Ruano,
Mariano de Cavia...), han sido recopilados hasta la fecha en dos libros: Reserva
natural (1998) y Animales de compañía (2000).
El 29 de enero de 2007 se le concedió el Premio Biblioteca Breve por su novela El séptimo velo.
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BIBLIOGRAFÍA
- Coños (1995). Valdemar.
- El silencio del patinador (1995). Valdemar.
- Las máscaras del héroe (1996). Valdemar.
- La tempestad (1997). Planeta.
- Reserva natural (1998). LLibros del Pexe. Artículos.
- Las esquinas del aire: en busca de Ana María Martínez Sagi (2000). Planeta.
- Animales de compañía (2000). SIAL. Artículos.
- Desgarrados y excéntricos (2001). Seix Barral.
- La vida invisible (2003). Espasa-Calpe.
- Penúltima sangre (2006). Acción Press.
- El séptimo velo. Seix-Barral, 2007.
- La nueva tiranía. Libros Libres, 2009.
- Lágrimas en la lluvia. Sial, 2010.
- Nadando a contracorriente. Buenas Letras, 2010.
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El coño de las ahogadas
El río corta la ciudad en dos mitades que mueren en una gangrena de iglesias románicas,
cementerios, tabernas, conventos de monjas y conventos de momias. Por el
puente, baja una corriente de plata oscura, como un inmenso sarcófago sobre el que
flotan los cadáveres de las mujeres ahogadas. Las mujeres de mi ciudad se arrojan
al río, con ruedas de molino atadas al cuello, y mueren entre el légamo habitado de
carpas y residuos de las fábricas. Al cabo de un tiempo, sus cadáveres corrompidos
suben a la superficie, en un ascenso lento, entorpecido de algas, que finalmente las
devuelve al aire. Los cadáveres de las mujeres se deslizan por el agua del río, como
ataúdes silenciosos, hasta que algún pescador se apiada de ellos y los engancha con
el anzuelo y los atrae a la orilla, donde suelen enredarse entre los juncos y las espadañas.
Cada vez que alguien rescata el cadáver de una mujer, se organiza un revuelo de
sirenas y coches celulares y ambulancias inútiles. El cadáver de la ahogada, sobre la
orilla, congrega a una multitud de curiosos que acuden allí para presenciar el rescate
y aspirar el olor verde de la muerte. Como no tengo espacio para describir el proceso
de corrupción que sigue un cuerpo inmerso en el agua (a los interesados los remito a El
misterio de Marie Roget, de Edgar Allan Poe, mezcla de relato y atestado policial), me
centraré en los efectos sobre el coño, que es el motivo que me trae a este libro, único
catálogo verídico que hasta la fecha se ha escrito sobre el particular. Al coño de las ahogadas, en principio, se le arrugan los labios, como suele ocurrir con las yemas de
los dedos cuando dilatamos nuestro baño. Después de las arrugas, viene la hinchazón:
el coño, dentro del agua, y aunque su dueña lleve muerta varios días, menstrúa por última
vez, pero el alud de sangre que baja por el útero, al mezclarse con el agua fría de
las profundidades del río, se coagula y forma un amasijo más o menos redondo, como
un hijo póstumo, que dilata la vulva. Tan pronto como ese coágulo empieza a pudrirse
y a desprender monóxido de carbono y otros gases fétidos, el coño de las ahogadas
atrae a todas las faunas del río, como un cebo que anula cualquier otro cebo de los
alrededores (por eso los pescadores que pescan en un río prolífico de cadáveres suelen
volverse de vacío), y recibe las correspondientes dentelladas, sobre todo por parte de
los lucios, peces voraces por antonomasia. Al coño de las ahogadas, mientras tanto,
se le ha caído el vello púbico, pero su ausencia es suplida por algas y otras plantas
gimnospermas, que depositan allí su semilla y alfombran el coño con una túnica de
verdín. El coño de las ahogadas, después de los quince primeros días de inmersión,
cobra un color azul cobalto, como de pescadilla congestionada, con irisaciones de
nácar; es entonces cuando, descompuestos sus tejidos celulares, hinchado como un
globo aerostático, emprende su ascenso a la superficie, acompañado por lo general de
su propietaria. El coño de las ahogadas, al sol de la mañana, tiene vislumbres de joya
acuática, y escamosidades de celacanto o pez fósil. Una vez depositado en tierra firme,
y convenientemente limpio, puede conservarse entre bolas de naftalina y emplearse
como amuleto.
Por el río se deslizan los coños de las ahogadas, rielando a la luz de la luna. Las dos
mitades de la ciudad mueren en una gangrena de iglesias románicas, cementerios,
tabernas, conventos de monjas y conventos de momias.
Coños.