Premio Planeta 1997

De Prada, Juan Manuel

Colabora habitualmente en la prensa. Sus artículos, aparte de recibir prestigiosos premios (González Ruano, Mariano de Cavia...), han sido recopilados hasta la fecha en dos libros.

Juan Manuel de Prada Blanco (Baracaldo, 1970). Aunque nació en Baracaldo, pasó su infancia y juventud en Zamora. Estudió Derecho en la Universidad de Salamanca, donde se licenció, pero siempre tuvo una firme vocación literaria. Antes de triunfar, Juan Manuel de Prada pasó varios años escribiendo relatos cortos y ganando, con la eficacia sistemática de un francotirador, casi todos los concursos literarios (grandes, medianos y pequeños) que hay en España.

Su primera obra relevante fue Coños (1995), un inusual libro de prosas líricas concebido como un homenaje a Senos, de Gómez de la Serna, y que fue saludado con alborozo por grandes figuras de las letras españolas.

El mismo año, de Prada publicó El silencio del patinador, colección de doce relatos breves coincidentes en el uso de la primera persona narrativa y en el cultivo de una prosa barroca, sustanciosa y cuidada, muy distante de las "posmoderneces" de otros autores de su generación. El último de los relatos de este libro, "Gálvez", es el germen de la primera novela de Juan Manuel de Prada, Las máscaras del héroe (1996), ambiciosa y vigorosa obra que recrea la bohemia española desde comienzos del siglo XX hasta la Guerra Civil, con dos personajes importantes: el poeta Pedro Luis de Gálvez y su antagonista, el personaje imaginario Fernando Navales. Para la escritura de esta novela, de Prada recurrió a numerosas fuentes literarias, entre ellas La novela de un literato, de Rafael Cansinos Assens, y la Automoribundia de Gómez de la Serna. Desfila por sus páginas la nómina casi completa de los escritores españoles del período anterior a la Guerra Civil.

Su siguiente obra, La tempestad (1997), de trama detectivesca, fue galardonada con el Premio Planeta y catapultó a la fama a su autor. En poquísimo tiempo, había pasado del anonimato absoluto a ser una figura indiscutible, con eco incluso en la prensa extranjera. La revista New Yorker lo seleccionó entre los cinco escritores menores de 35 años más prometedores de Europa.

Posteriormente, tanto la novela Las esquinas del aire (2000) como la colección de ensayos Desgarrados y excéntricos (2001) constituyen sendos ejercicios de arqueología literaria: en el primero, el protagonista sigue las huellas de la escritora española Ana María Martínez Sagi, deportista, poeta y pionera de tantas cosas; el segundo libro mencionado es un álbum de semblanzas de personajes de la bohemia literaria más radical, como Armando Buscarini o el propio Gálvez.

Su novela más reciente, La vida invisible (2003), obtuvo el Premio Primavera y el Premio Nacional de Narrativa en 2004. Narra la historia de Alejandro Losada, un joven escritor español a punto de casarse, cuya existencia cambia radicalmente cuando viaja a Chicago y conoce a Elena, una mujer enloquecida tras un desengaño amoroso, y descubre la historia de Fanny, una pin-up de los años 50 desaparecida sin dejar rastro.

Colabora habitualmente en la prensa (especialmente en el diario español ABC). Sus artículos, aparte de recibir prestigiosos premios (González Ruano, Mariano de Cavia...), han sido recopilados hasta la fecha en dos libros: Reserva natural (1998) y Animales de compañía (2000).

El 29 de enero de 2007 se le concedió el Premio Biblioteca Breve por su novela El séptimo velo.

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BIBLIOGRAFÍA

  • Coños (1995). Valdemar.
  • El silencio del patinador (1995). Valdemar.
  • Las máscaras del héroe (1996). Valdemar.
  • La tempestad (1997). Planeta.
  • Reserva natural (1998). LLibros del Pexe. Artículos.
  • Las esquinas del aire: en busca de Ana María Martínez Sagi (2000). Planeta.
  • Animales de compañía (2000). SIAL. Artículos.
  • Desgarrados y excéntricos (2001). Seix Barral.
  • La vida invisible (2003). Espasa-Calpe.
  • Penúltima sangre (2006). Acción Press.
  • El séptimo velo. Seix-Barral, 2007.
  • La nueva tiranía. Libros Libres, 2009.
  • Lágrimas en la lluvia. Sial, 2010.
  • Nadando a contracorriente. Buenas Letras, 2010.

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El coño de las ahogadas

El río corta la ciudad en dos mitades que mueren en una gangrena de iglesias románicas, cementerios, tabernas, conventos de monjas y conventos de momias. Por el puente, baja una corriente de plata oscura, como un inmenso sarcófago sobre el que flotan los cadáveres de las mujeres ahogadas. Las mujeres de mi ciudad se arrojan al río, con ruedas de molino atadas al cuello, y mueren entre el légamo habitado de carpas y residuos de las fábricas. Al cabo de un tiempo, sus cadáveres corrompidos suben a la superficie, en un ascenso lento, entorpecido de algas, que finalmente las devuelve al aire. Los cadáveres de las mujeres se deslizan por el agua del río, como ataúdes silenciosos, hasta que algún pescador se apiada de ellos y los engancha con el anzuelo y los atrae a la orilla, donde suelen enredarse entre los juncos y las espadañas. Cada vez que alguien rescata el cadáver de una mujer, se organiza un revuelo de sirenas y coches celulares y ambulancias inútiles. El cadáver de la ahogada, sobre la orilla, congrega a una multitud de curiosos que acuden allí para presenciar el rescate y aspirar el olor verde de la muerte. Como no tengo espacio para describir el proceso de corrupción que sigue un cuerpo inmerso en el agua (a los interesados los remito a El misterio de Marie Roget, de Edgar Allan Poe, mezcla de relato y atestado policial), me centraré en los efectos sobre el coño, que es el motivo que me trae a este libro, único catálogo verídico que hasta la fecha se ha escrito sobre el particular. Al coño de las ahogadas, en principio, se le arrugan los labios, como suele ocurrir con las yemas de los dedos cuando dilatamos nuestro baño. Después de las arrugas, viene la hinchazón: el coño, dentro del agua, y aunque su dueña lleve muerta varios días, menstrúa por última vez, pero el alud de sangre que baja por el útero, al mezclarse con el agua fría de las profundidades del río, se coagula y forma un amasijo más o menos redondo, como un hijo póstumo, que dilata la vulva. Tan pronto como ese coágulo empieza a pudrirse y a desprender monóxido de carbono y otros gases fétidos, el coño de las ahogadas atrae a todas las faunas del río, como un cebo que anula cualquier otro cebo de los alrededores (por eso los pescadores que pescan en un río prolífico de cadáveres suelen volverse de vacío), y recibe las correspondientes dentelladas, sobre todo por parte de los lucios, peces voraces por antonomasia. Al coño de las ahogadas, mientras tanto, se le ha caído el vello púbico, pero su ausencia es suplida por algas y otras plantas gimnospermas, que depositan allí su semilla y alfombran el coño con una túnica de verdín. El coño de las ahogadas, después de los quince primeros días de inmersión, cobra un color azul cobalto, como de pescadilla congestionada, con irisaciones de nácar; es entonces cuando, descompuestos sus tejidos celulares, hinchado como un globo aerostático, emprende su ascenso a la superficie, acompañado por lo general de su propietaria. El coño de las ahogadas, al sol de la mañana, tiene vislumbres de joya acuática, y escamosidades de celacanto o pez fósil. Una vez depositado en tierra firme, y convenientemente limpio, puede conservarse entre bolas de naftalina y emplearse como amuleto.

Por el río se deslizan los coños de las ahogadas, rielando a la luz de la luna. Las dos mitades de la ciudad mueren en una gangrena de iglesias románicas, cementerios, tabernas, conventos de monjas y conventos de momias.

Coños.