Premio Planeta 1976

Torbado, Jesús

Su obra 'Las Corrupciones' se convirtió en el libro de cabecera de toda una generación.

Jesús Torbado (León, 1943). Tras pasar su infancia en el pueblo terracampino de San Pedro de las Dueñas, cursó el bachillerato en los colegios de los Dominicos de Corias (Asturias) y de la Virgen del Camino (León). Realizó luego estudios de Filosofía y de Periodismo en Santander y Madrid, pero en ambos casos los dejó inconclusos para instalarse en París, donde trabajó en oficios manuales diversos, como descargador de camiones, y donde escribió su primera novela larga, Las corrupciones (1966), que recibiría el Premio Alfaguara en su primera edición y se convertiría en libro de cabecera de toda una generación. Su protagonista vive una crisis que le lleva del inconformismo al nihilismo.

La novela relata el proceso de una orfandad, la crónica de una intemperie, el desencanto coral de una generación desposeída de los viejos ideales, y se resuelve en una invitación al individualismo, a la celebración vital y al peregrinaje inconformista. Pero el éxito de Las corrupciones molesta especialmente a los sectores eclesiásticos y conservadores y la censura se ceba en sus siguientes libros.

Instalado en Madrid, fue redactor del semanario Signo (1962-65), reportero de Ya (1962-70), articulista de la Agencia Logos (1967) y enviado especial por Europa de Colpisa. También dedicó los primeros años de juventud a viajar por España y casi toda Europa haciendo auto-stop.

Más tarde, esta actividad viajera se convertiría casi en una segunda profesión, pues ha recorrido medio mundo para escribir crónicas de viajes.Tierra mal bautizada (1969), un viaje por Tierra de Campos, tardará casi dos años en ver la luz, y esto gracias a la osada pericia del editor Carlos Barral.

Su segunda novela, La construcción del odio (1968), sufrirá la furia censora, que la deja casi desfigurada, desprovista de referencias reconocibles y convertida en una parábola de utopismo abstracto.

Moira estuvo aquí (1971) narra una historia sentimental impregnada de simbolismo, que parte de una anécdota policíaca para construir un mundo de resonancias clásicas. En el día de hoy (1976, Premio Planeta) es una sátira ucrónica que plantea el triunfo republicano en la Guerra Civil. En 1982, publica La ballena, una novela de transición dentro de su obra, que recupera el aroma y los personajes de sus testimonios generacionales, pero con una mirada más irónica y con mayores dosis de decepción.

El fin de los días (1986) recupera Sobresalto español (1976), secuestrada por la censura y por la que su autor fue incriminado ante el Tribunal de Orden Público. El peregrino (1993, Premio Ateneo de Sevilla) recrea los inicios de la peregrinación jacobea en una época dominada por las imposturas y supersticiones del milenarismo.

El imperio de arena (1998) es una novela que combina historia y ficción, ambientada en la excolonia española en el territorio africano de Sidi Ifni. Su protagonista impone su desdicha sobre un paisaje dominado por el recuerdo de las pasiones perdidas.

Ha reunido sus relatos en Profesor particular (1966), El general y otras hipótesis (1967), Historias de amor (1968), El inspector de vírgenes (1991) y Héroes apócrifos (1994). Y es también autor del ensayo Jóvenes a la intemperie (1971).

Los topos (1977, en colaboración con M. Leguineche), recoge el testimonio de los derrotados en la Guerra Civil que sobrevivieron escondidos durante décadas. ¡Milagro, milagro! (2000) es un extenso reportaje sobre las apariciones marianas en España. Una constante dedicación a la literatura viajera se traduce en La Europa de los jóvenes (1969), Camino de plata (1988), la trilogía Pueblos de España (1994), Ciudades de España (1995) y Paisajes de España (1996).

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NARRATIVA

  • Las corrupciones (1966). Alfaguara. (1970). Círculo de Lectores. (1975). Plaza & Janés. (1982). Argos Vergara. (1995). Planeta.
  • Profesor particular (1966). Alfaguara.
  • El general y otras hipótesis (1967). AZ. Colección “El Surco Derecho”.Relatos.
  • La construcción del odio (1968). Alfaguara.
  • Historias de amor (1968). Nauta. (1972). Plaza & Janés. Novelas cortas.
  • Moira estuvo aquí (1971). Plaza & Janés.
  • En el día de hoy (1976). Planeta.
  • La ballena (1982). Planeta. (1992). Cátedra. (1999). Plaza & Janés.
  • El fin de los días (1986). Plaza & Janés. Reportaje novelado sobre la muerte de Franco (antes titulado Sobresalto español y secuestrado por la censura).
  • Ensayo de banda (1988). Editorial Don Balón.
  • Camino de plata (1988). RENFE. Dirección de Comunicación.
  • El inspector de vírgenes y otras pérdidas (1991). Grupo Libro.(2006). Diario de León.
  • Yo, Pablo de Tarso (1992). Planeta.
  • El peregrino (1993). Planeta.
  • Héroes apócrifos. Relatos de la historia de España (1994). Planeta.
  • La voz del centurión y otros relatos (1997). Fundación de los Ferrocarriles Españoles. Obra colectiva.
  • El imperio de arena (1998). Plaza & Janés. (1999). Círculo de Lectores.
  • El peor viaje de nuestras vidas (1998). Plaza Janés. (1999). Círculo de Lectores. Obra colectiva.

ENSAYO, REPORTAJE Y VIAJES

  • Tierra mal bautizada (1969). Seix Barral. (1977). Círculo de Amigos de la Historia. (1981).
  • Emiliano Escolar. (1990). Ámbito.
  • La Europa de los jóvenes (1969). Nova Terra. Crónicas viajeras.
  • Jóvenes a la intemperie (1971). Plaza & Janés.
  • Los topos (1977). Argos Vergara. En colaboración con Manuel Leguineche. (1998). Aguilar.
  • Camino de plata (1988). RENFE. Los libros del tren.
  • Pueblos de España (1994). Tribuna de Ediciones.
  • Ciudades de España (1995). Tribuna de Ediciones.
  • Paisajes de España (1996). Tribuna de Ediciones.
  • Ciudades de Castilla y León (1996). Ámbito.
  • España, patrimonio de la humanidad: un viaje por las ciudades, monumentos y lugares inscritos en la lista de la Unesco (1997). Círculo de Lectores.
  • Viajeros intrépidos (1998). Planeta.
  • ¡Milagro, milagro! (2000). Plaza & Janés.
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1

Aullaban los lobos muy cerca de él, en el borde del escarpe. Cuando se fueran los hombres y el fuego se apagase, bajarían sin duda a buscarlo y ni siquiera disponía de sus manos para hacerles frente. Las ligaduras de cuero que lo sujetaban al roble le hacían sentir el dolor sobre todo en el centro de la espalda; las grietas de la corteza del árbol iban clavándose en su piel y le tentaban los huesos

. — ¡Santiago, hermano de Cristo, sálvame! —dijo con voz tan baja que ni siquiera él mismo pudo oírla.

Llevaba mucho tiempo perdido e inmóvil en aquel bosque, desde poco después de venida la noche. La oscuridad había ido devorando las cumbres de las montañas, luego el perfil del valle y finalmente la línea confusa de los árboles. Más tarde se había fijado el cuerpo delgado de la luna en alguna región invisible a sus espaldas; los fantasmales ramajes de los robles, los troncos severos y confusos reaparecieron como una amenaza; la montaña volvió a presentarse en fragmentos, salida de las sombras y humedecida apenas por una luz acuosa y maligna. Abrió los ojos hasta que tuvo la sensación de que se le agrietaba la piel de las sienes y gritó con toda su fuerza:

— ¡Santiago, columna refulgente, primicia de mártires, el del Zebedeo: sálvame, que ando perdido! Vio con qué lentitud una nube oscura, desgarrada de otra más grande que estaba enredada en la cima de la montaña, se fue aproximando a la luna como la zarpa de un leproso; quizás era la mano del apóstol que acudía a socorrerlo.

— ¿A quién llama ése? —preguntó uno de los hombres de abajo.

— Como no llame a Satanás, mal van a oírle —respondió otro.

— A un zebedeo. Ha pedido ayuda a un zebedeo. ¿Qué es un zebedeo?

Martín de Châtillon llevaba un buen rato escuchándolos desde su forzosa cautividad, pero sólo entendía expresiones aisladas, ya que hablaban la mayor parte de las veces en una lengua áspera y pedregosa que él no conocía. Por eso decidió prestar más atención a los aullidos de los lobos, a la respiración misteriosa del bosque e incluso al delicado crepitar de la leña que ardía abajo.

Ráfagas de humo dulce le rozaban los ojos y estuvo mucho tiempo llorando, antes de pedir ayuda, a causa de ese humo huidizo y del pensamiento sobre su origen. Pues aquellos tres hombres le habían explicado mientras lo ataban que en primer lugar se comerían al perro y más tarde, si no quedaban saciados, continuarían su cena comiéndoselo a él. El aroma que se filtraba entre los matorrales y que el viento le lanzaba de cuando en cuando al rostro no parecía tener relación alguna con su compañero de viaje. Es lo que hubiese preferido: el mismo aroma de los asados de conejo, mezcla de perfumes vegetales, carne putrefacta y miel vieja; el aroma que tan bien recordaba.

El peregrino.